Su nacimiento o el por qué de sus colores son preguntas que se pierden en la noche de la evolución cultural herreña, y al igual que La Bajada, que guarda su esencia, pero no hay dos bajadas iguales, el bailarín ha ido evolucionando lentamente en su vestimenta, en la forma en que baila o en los materiales que utiliza, y lo ha hecho al “toque” de la evolución socioeconómica de El Hierro.
Por lo general el bailarín baila con su pueblo, aunque éste no sea su lugar habitual de residencia, el por qué decide el grupo con el que bailar está vinculado a las más intimas razones personales.
La indumentaria, o como se le denomina por lo general, la ropa, se remata con gorros cilíndricos con la parte frontal recubiertas de joyas y bisutería, el resto se completa con flores de papel, tela, plumas de pardela o plásticas. De la parte trasera cuelgan cintas de colores que llegan a media espalda. El gorro es la seña distintiva de un bailarín, el detalle que indica su pueblo, el grupo con el que baila, y la raya en la que espera.
La base la componen pantalón y camisa de color blanco, sobre ésta capotillo encarnado guarnecido de encajes blancos. Al cuello, corbata o lazo de cinta encarnada. En la cintura, sobre los pantalones, llevan refajo rojo sobrepuesto de enagüilla blanca muy adornada, delantal encarnado con bolsillos y adornos de encajes blancos, y faja encarnada con lazada en un lateral.
El calzado ha pasado con los años de las alpargatas blancas a calzado deportivo del mismo color.
Para el profano el movimiento de los bailarines pude resultar caótico, alejado de norma, nada más lejos de la realidad, el grupo se mueve jerarquizado, con un orden donde por lo general es la veteranía la que manda, a la que más que obedecer, se respeta.
El movimiento general de un grupo de bailarines viene ordenado por la música y los rituales como la venia, el sentar o levantar La Virgen, las entregas.
La antropología sitúa el comportamiento de los bailarines estrechamente relacionado con la cultura pastoril, con el movimiento establecido en la manada, donde en ésta el movimiento tambien puede resultar caótico, pero la jerarquía de la veteranía se impone.
Regula la música un pito, uno solo, y serán los demás los que le sigan, los que amplificarán su sonido. Él, cual pastor silbará y ordenará el movimiento, lo que se toca, cuándo y cómo; marca el inicio y el fin. "El ladrido" de su ayudante, el tambor, siempre a su lado, marca otro de los ritmos, siempre atento, con la oreja pendiente, atento a la orden. Por delante la manada, el grupo, atento a las ordenes dadas, tanto las que provienen del que manda, como las que llegan de los que los dirigen. También aquí la veteranía, guíos y cola, mueven y ordenan, a ellos es a los que se les sigue, cual oveja veterana que se conserva por esa labor de guía. Entre medio suenan los jierros, majando y repicando (las chácaras).

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